Sobrediagnósticos en la primera infancia

En un mundo apurado, donde gran cantidad de adultos no se detiene a conocer y compartir tiempo con los niños, surgen casi en forma desmedida infinidad de diagnósticos que clasifican y etiquetan a la primera infancia.

Estas etiquetas tranquilizan a padres y docentes, ya que el “problema” no viene de afuera, de las interacciones, de las atenciones o los vinculos, sino que es propio del niño.

¿Excesos o ausencias?

Muchos padres pasan pocas horas con sus hijos, tanto por trabajar fuera de casa o por enviarlos a colegios de doble jornada, actividades extracurriculares o terapias, quedando poco espacio para disfrutar tiempo juntos. También son los adultos quienes aprovechan la enorme oferta de actividades disponibles para ellos -formación académica, deportes, esparcimiento-, mermando los espacios para jugar sin horarios. La incorporación de celulares y tablets como regalos en la primera infancia limita también el tiempo compartido, sumado al uso excesivo por parte de los padres.

La mirada del otro ejerce una fuerte presión sobre las familias. Los “opinólogos” que indican qué hacer y cómo con este pequeño bebé, que juzgan acerca de cómo criar, de cómo dormir, de dejarlos llorar, de que “te toma el tiempo, ya es grande”, que comparan con sus propios hijos. Las familias no saben qué consejo seguir, prueban, y en el medio, siempre los niños.

La escuela se encuentra con chicos sobre estimulados, que pasan muchas horas solos frente a una pantalla afectando notablemente su atención, lenguaje, comunicación y vínculos. No logran concentrarse, no saben jugar, no se entusiasman con actividades propias de la edad o no logran expresar su necesidades de manera clara. Advierten conductas o alteraciones en el desarrollo de manera temprana, sugiriendo a los padres realizar una consulta profesional. Y así se torna moneda corriente la visita al neurólogo, cuando hace años atrás era impensado que tantos niños fueran a este tipo de especialistas.

Los informes escolares, sumados a las entrevistas con los padres -que luego de googlear largamente la lista de items señalados por la escuela y el médico se saben términos que encajan exactamente en distintos tipos de trastornos-, y el breve tiempo que algunos profesionales pesquisan al niño para emitir un diagnóstico, terminan en tratamientos semanales e intervenciones que pueden ser innecesarias y durar años.

Infinidad de niños que están expuestos a un exceso de tecnología, carencia de tiempo compartido, a los que se le pide que se queden sentados por tiempos que no son acordes a su edad, o que no corran, que no griten, que hablen más, o menos…, adquieren déficits que necesitan luego ser rehabilitados. Ya no hablamos de discapacidad o trastornos, sino de carencias o excesos o lo que es aún más grave, se le pide a los niños que ya dejen de ser niños, que necesiten menos ayuda, que se arreglen solos.

Si bien el diagnóstico temprano evita la evolución y disminuye la sintomatología de muchas condiciones, a veces la enorme cantidad de horas de terapias semanales son innecesarias porque la desregulación podría corregirse trabajando con la familia y la escuela.

Conductas y avances esperables en el desarrollo del niño promedio

Mucho se habla de que a tal edad el niño debe decir 20, 50 o 100 palabras. Pero si este niño no tiene con quien hablar o quien lo escuche… ¿cómo desarrollaría el lenguaje?  Que debe formar frases, pedir agua, saludar, soplar, dejar el pañal, comer solo, ya no tomar la teta, no usar chupete ni mamadera y dormir toda la noche de corrido a edades tempranísimas o para ingresar al jardín… ¿para facilitarle la vida a quién?

Que si no sostiene la cabeza a los 3 meses, a los 6 no se sienta, a los 9 no gatea o al año no camina debe verlo un especialista. Si bien el desplazamiento debe seguir una evolución, un niño que fue sentado sin poder hacerlo por sus propios medios, gateará “de cola” solo por dar un ejemplo. Y si tomamos de la mano al bebe para que camine, necesitará durante más tiempo esa ayuda ya que le restamos la oportunidad de conocer su propio cuerpo, manejar su equilibrio y moverse libremente y sin apoyos. Entonces no son déficit propios, sino adquiridos.

Cuando el bebé llega a los 2 años (sí, aún es bebé) no es NORMAL que tenga berrinches. Un berrinche es una desregulación similar a un ataque de nervios, que puede evolucionar en golpes a si mismo o a los demás, revolear objetos contundentes, incluso a perder el conocimiento de tanto llorar. Los berrinches pueden disminuirse con medidas anticipatorias, límites claros y tiempo disponible para sostener ese límite amorosamente.

Si esto no es posible, el bebe o niño seguirá manteniendo esta desregulación a medida que crezca, desencadenando en posibles trastornos de la conducta por no poder manejar sus emociones. La inmadurez emocional es propia de la primera infancia y necesita de adultos comprometidos, que contengan, guíen y redirijan el enojo y la frustración.

Entonces, ¿podríamos evitar la sobrediagnosticación con tiempo de calidad, escucha y predisposición por parte de los padres? ¿Con más profesionales de la salud que hablen largamente con las familias para saber como es su vida diaria, sus preocupaciones, sus fortalezas? ¿Que se tomen el tiempo necesario para realizar una evaluación donde el niño pueda sentirse cómodo y responder a lo que se le pide? ¿Con docentes actualizados e informados acerca de las etapas del desarrollo y cómo han ido cambiando en los tiempos actuales?

Comparaciones + apuros + falta de tiempo: ¿Sobrediagnósticos?

Para seguir pensando.

Laura Diz