Ella sonríe todo el tiempo, lleva su celular pegado a las manos para darle “me gusta” a la gente que saluda de camino al trabajo y de esta manera ganarse un buen puntaje en su perfil.
Vive en un futuro cercano, en el que las personas se categorizan por la calificación que tiene en sus redes sociales; de esta forma obtienen empleos, un préstamo en el banco, un lugar privilegiado en un recital o la membresía de un club. Mientras más alto el puntaje mejor te va. Los que no se someten a este juego perverso, como el hermano de Lacie, son considerados unos perdedores que están fuera de los círculos sociales y la vida misma.
Una noche, Lacie se enoja en el aeropuerto por un inconveniente en su vuelo y sin pensarlo dos veces insulta a la persona que la atiende. Inmediatamente, los “unlikes” de la gente de la fila que escuchó la discusión le hicieron perder puntaje, su calificación cayó en la zona roja y allí comenzó su debacle de su existencia.
Este capítulo como el resto de la serie trata con sorprendente maestría la relación de la tecnología con la vida cotidiana en un futuro no muy lejano. Charlie Brooker, su premiado creador, ha dicho que su intención en cada episodio es dar un puntapié para la reflexión sobre la forma en que la sociedad tecnológica vive actualmente y en lo que podría llegar a ser si se comete la torpeza de dejarse gobernar por ella.
Sin dudas, el mundo virtual sea convertido en la vida real que todos queremos vivir. En las selfies de Instagram, por ejemplo, intentamos mostrar los lugares maravillosos que visitamos, la familia perfecta que tenemos, el oficio fascinante que hacemos, los manjares que preparamos a diario, la ropa que compramos y lucimos en los eventos alucinantes que asistimos, los apasionados besos que nos damos con nuestras parejas, los cumpleaños alegres, las fastuosas fiestas, la figura que estamos logrando después de la dieta y el ejercicio extenuante que seguimos… somos perfectos. Obsesivamente perfectos. Engañosamente perfectos. Eso es lo que queremos demostrarle al mundo entero porque nuestro valor depende de la calificación que nos dan los demás.
Como en el capítulo de Black Mirrow, las redes sociales están alterando la conducta de las personas. El ego y la autoestima tienen desde hace unos años este “sensor” que mide sus altos y bajos. “Ya no somos los mismos”, dicen los pesimistas, en contraparte a los que ven en la tecnología la oportunidad de conectarse más fácilmente con gente que en la vida real le parecería imposible. Podemos interactuar con un escritor a través de su cuenta de Twitter o Facebook, recomendar sobre un restaurante o una película en foros especializados y decidir el destino de las próximas vacaciones de acuerdo a la valoración de la experiencia de otros usuarios. Son ventajas que demuestran que lo no todo está perdido cuando hablamos internet y su amplitud de bondades.
Que no nos pase como a la pobre Lacie (¡spolier!). Un “me gusta” para Black Mirrow y su buena intención de mostrar los efectos secundarios de una vida virtual que quiere ser real.