Presiones como el trabajo, problemas con la familia, el tránsito de la ciudad, enfermedades, cambios climáticos, estudio, miedos o tal vez una alegría intensa, pueden ser factores de estrés.
En nuestro cuerpo se producen una cantidad de sustancias químicas que nos ayudan a enfrentar los momentos de estrés, que si es del tipo positivo o sea por un período corto de tiempo que le permite a la persona adaptarse a la nueva situación, luego se reequilibran para mantener un buen estado de salud.
Durante lo que reconocemos como estrés podemos distinguir tres etapas: la primera etapa es la de alarma, el cuerpo reconoce el estrés y se prepara para la acción, ya sea agresión o fuga. Las glándulas endocrinas, liberan hormonas que aumentan los latidos del corazón y el ritmo respiratorio, elevan el nivel de azúcar en sangre, incrementan la transpiración, dilatan las pupilas y hacen más lenta digestión. En la segunda etapa llamada resistencia, el cuerpo repara cualquier daño causado por la reacción de alarma. Sin embargo, si el estrés continúa, el cuerpo permanece alerta y no puede reparar los daños. Se inicia así la tercera etapa, que es el agotamiento, cuyas consecuencias conocemos vulgarmente con el nombre de estrés.
Entre las sustancias que son producidas y actúan en el manejo del estrés tenemos la adrenalina, noradrenalina, serotonina y dopamina.
Ante un desequilibrio en estas sustancias se pueden producir las siguientes reacciones:
- Nivel cerebral: Fatiga, dolores, llanto, depresión, ataques de angustia o pánico, insomnio.
- Nivel gastrointestinal: Ulceras, cólicos, diarreas, colitis, gastritis.
- Nivel cardiovascular: Presión alta, infarto, palpitaciones irregulares, embolia.
- Nivel de piel: Ronchas
- Sistema inmunológico: Resistencia disminuida a las infecciones y el cáncer.
Como se puede observar las consecuencias que puede producir una situación de estrés sostenido son múltiples y llevan a la persona a un estado de total agotamiento.
Ante esta situación existen varias opciones para ayudar a que el cuerpo recupere su estado de equilibrio, una de ellas es el masaje reflexológico ya que este estimula la relajación y ésta a su vez actúa a nivel metabólico aumentando el flujo sanguíneo, esto hace que el cuerpo reciba una mayor oxigenación y como consecuencia una mejor limpieza y purificación. También produce cambios beneficiosos en el equilibro de hormonas y neurotransmisores. Disminuye el cortisol (hormona del estrés) y el exceso de catecolaminas (hipertensión y estrés). Aumenta la serotonina que junto con la melatonina regulan el sueño y equilibra el nivel de endorfinas.
De esta forma se rompe con el circuito de agotamiento que se produjo en un primer momento con el estrés.
Por eso un masaje reflexológico es una opción inmejorable, ya que nos permite disfrutar un rato de placer y a la vez hace que nuestro cuerpo se reencuentre con su propio equilibrio.